Cultivar café entre 1.500 y 1.800 metros sobre el nivel del mar ofrece condiciones óptimas para desarrollar granos de calidad excepcional. Estas altitudes, típicas de las mejores regiones cafetaleras, permiten una maduración lenta del fruto, favoreciendo la concentración de azúcares y complejidad en el sabor.

El resultado es un café con acidez brillante, cuerpo balanceado y una mayor intensidad aromática. En esta franja altitudinal, los granos adquieren perfiles únicos, destacando notas afrutadas, florales y dulces que se complementan con una limpieza y claridad notables en cada taza.